¿Por qué aplauden cuando el avión aterriza?

06.09.2012 11:25

La experiencia es espeluznante. Más de 200 pasajeros bajo su responsabilidad, 32.000 pies de altura, tormentas, rayos, turbulencias, posibles terroristas, bebés llorando, teléfonos móviles no apagados... y pese a todo lo anterior, el piloto aterriza a ese elefante volador hasta en una pista mojada con viento cruzado. ¿Merece un aplauso?
 
 
Las opiniones están dividas. Un grupo considera una muestra de incultura a los aplaudidores, mientras estos últimos consideran estirados a los anti-aplaudidores. Sólo un pequeño porcentaje No sabe/No responde/Nunca le han tocado los aplausos en un aterrizaje. Pero, al fin y al cabo, ¿por qué aplaudir a un piloto y no, por ejemplo, a un taxista? Si la cuestión envuelve un miedo a la muerte, hay más posibilidades de fallecer con el segundo. ¿Por qué aplaudir a un piloto y no a un pasajero cuando entra por la puerta? El precio de los tiquetes aéreos es suficiente argumento para recibir con una sonora ovación a quien haya logrado pagarlo. ¿Y si se estrella? ¿Lo abuchean? 
 
El aplauso es un símbolo de un visto bueno y, al menos en teoría, los aplaudidores de una aeronave le rinden homenaje al piloto y a su tripulación por un viaje feliz. Apenas el tren de aterrizaje toca el suelo, el ritual suele ser iniciado por unos espontáneos pioneros (Llegamos, por fin) y es seguido por quienes se ven sometidos por el fervor de los que arrancan (¡Y con vida!). Inclusive, luego todos quisieran continuar ese tributo de pie, pero las azafatas siempre les advierten que permanezcan en sus asientos hasta que el avión se haya detenido completamente.
 
 
¿Por qué aplauden cuando el avión aterriza?
 
Para un piloto, una llegada a la pista sin unas fuertes palmas es devastador. Sufre tanto como el cantante de bar que después del recital más sensible que haya ofrecido en su vida, sólo recibe contados aplausos desganados y una tos en el fondo. Entre aviadores, aseguran que preferirían prescindir de ese homenaje, porque los interrumpen mientras están dando instrucciones. Pero el secreto a voces, es que mueren por decir en el intercomunicador lo siguiente: 
 
- Estimados pasajeros, les habla el capitán. -suspira y enseguida continúa con un tono que busca asemejar a un locutor radial- En nombre de Aerolíneas Salvajes y toda la tripulación, les deseamos una feliz estancia en Cartagena de Indias o donde sus planes de viaje los conduzcan. Aprovecho esta oportunidad para agradecer a mi club de fans porque sin ustedes no estaría viviendo en las nubes, y también, muy especialmente, a mi mamá por haberme regalado a Visvirivaldo, mi primer avión de juguete. ¡Mamita estoy triunfando! Esperamos que hayan tenido un buen vuelo y confiamos verles nuevamente a bordo con nosotros.
 
Sin embargo, el capitán prefiere abstenerse de dar esas declaraciones finales porque, en lo más íntimo de su ser, sabe que los aplausos fueron causados por una peligrosa enfermedad viral llamada Diffîdentia Extremis (Desconfianza Extrema). En otras palabras, la efusiva manifestación de afecto, en realidad, es el reflejo de una desconfianza que durante el transcurso del vuelo evocaba este pensamiento: "¡Esta cafetera con alas se puede caer en cualquier momento!". 
 
La Diffîdentia Extremis fue descubierta en los inicios de la humanidad, cuando un hijo cavernícola intentaba conducir un mamut, acompañado por su padre cavernícola quien le vociferaba:
 
¡Uk! ¡Uk at cupna! ¡In anga fuuum! ¡Tak! ¡Azuum! ¡Lei ti taquen! (¡Cuidado! ¡Cuidado con esa curva! ¡No tan rápido! ¡Para! ¡Acelera! ¡Que pares te dije!)
 
Siglos después, la situación no solo permanece calcada en los automóviles donde viajan hijo(a) + padre/madre, sino al interior de los aviones que contengan piloto + aplaudidor(es). Por tal motivo, tanto la pericia del piloto como la del hijo(a) son siempre puestas en duda, sin importar los años de experiencia, con única la diferencia que al aplaudidor no lo dejan ingresar a la cabina a gritar:
 
- ¡Cuidado! ¡Cuidado con esa nube! ¡No tan rápido! ¡No tan alto! ¡No tan bajo! ¡¿Carajo, quién te enseñó a volar?!
 
Y sólo cuando vuelven a tocar tierra, vuelve también la fe hacia el piloto en forma de ansiosos aplausos y en algunos casos, como el del Papa, en forma de un beso a la pista de aterrizaje.  
 
Entonces, ¿podríamos concluir que la actitud de los anti-aplaudidores es la más equilibrada? Si, pero sólo si obviamos que no juntan las palmas por temor al rechazo social de los otros anti-aplaudidores. Ah, y si también obviamos que odian el aplauso en una aeronave, pero ellos mismos lo promueven, frente a un televisor, cuando el equipo del alma hace un gol... ¿a quién ovacionan? ¿al televisor?